Cuando la profesora de Infantil de mi hermano Jaime se enteró de que estaba estudiando Magisterio, me dijo: "Vente cuando quieras".
Así que un lunes, porque sí, me planté en la fila del cole con mi hermano de la mano, y entramos los dos juntos a clase. La verdad es que mi hermano no se ha andado nunca con muchas contemplaciones, y así como cualquier otro niño habría estado fardando delante de sus compañeros porque su hermana mayor iba con él a su cole, Jaime como si nada, oye.
La cosa es que estuve toda la mañana en la clase de cuatro años viendo cómo empezaban en día, cómo trabajaban, la dinámica de clase... y lo que más me llamó la atención fue el conocido clima de aula. Todo el mundo ha tenido la experiencia de entrar en una sala y notar rápidamente el ambiente o clima: si hay tensión, si hay tranquilidad, si acaba de haber un conflicto, si hay buen rollo y alegría, etc. Pues con las clases (y por increíble que parezca, en Infantil también) pasa lo mismo. Se pueden percibir un montón de cosas sobre el estilo de una maestra en cuanto se pone un pie en su aula. Y a mí me gustó mucho conocer el estilo de esta profesora en acción.
A parte de dejar mucha libertad de acción a los niños a lo largo de sus clases, de ser flexible en los horarios, de observar más el proceso que el resultado, me sorprendió la forma en que hablaba a los pequeños y cómo intentaba que ellos la hablaran a ella.
Una niña se acercó y dijo: "¡Prooooofeeeeee, es que se me ha caído el aguaaaaaaaa...!" con esa voz chillona y lastimera, casi llorona, de los niños pequeños cuando se ponen tontorrones.
Y ella, sin inmutarse, respondió: "Oye, a mi no me hables así ¿eh? ¡Que me da una pena que me muero! A mi háblame como una persona normal, como te hablo yo a ti. Vienes y me dices: 'Mira, Julia, se me ha caído el agua, ¿me ayudas?' y yo voy y te ayudo de mil amores, ¿entendido?"
Y a continuación se volvió y me dijo: "Los niños hablan así porque tantas veces los mismos adultos les hablamos así. Pero en realidad se merecen que les queramos mucho, y por tanto, les tratemos como lo que son: personas".
Esto es querer conseguir que nuestros niños no sean unos moñas redomados. Pues querer a un niño, ser paciente, respetuoso, cariñoso y comprensivo con él no significa hablarle de manera aniñada, afectada o dulzona. Eso más bien le perjudica.
¡Feliz martes, señores!