martes, 9 de abril de 2013

Cuando te equivocas de material

Uno de mis últimos grandes descubrimientos en el mundo de los cuentos bonicos es Helen Oxenbury. Alguien me regaló por Reyes uno de sus cuentos, y abrió la brecha. Ya haré una entrada haciendo un recopilatorio de sus cuentos, porque hoy me quiero centrar en uno en concreto: Los Tres Lobitos y el Cochino Feroz.
Cuando leí el título de este cuento me hizo mucha gracia, y me pareció, cuando menos, original. Vi que en Amazon.es no estaba muy caro, así que no dudé: me lo compré. El día que llegó y lo leí por primera vez... ¡¡qué subidón!!
Veréis, tengo en mi clase un serio conflicto con un alumno majísimo y súper trabajador que tenía un problema: en el recreo, pegaba mogollón. En serio, no dejaba títere con cabeza, su nombre era el más sonado de los recreos, todas las profesoras de Infantil le conocen. Los recreos eran una tortura para él, que claramente tiene una impulsividad muy alta y no disfruta nada de los juegos, y para el resto, por razones que saltan a la vista. Total, que yo llevaba dos meses abriéndome la cabeza sobre cómo ayudar a este pobre mío a superar esto, viendo con frustración y profunda pena que ni castigos, ni premios, ni regañinas, ni amenazas, ni explicaciones, ni nada funciona. 

Pero resulta que en este cuento, el Cochino Feroz es muy muy malo. Pero malo de verdad. No se anda con tonterías de soplidos para derribar la casa de los Tres Lobitos, no. Se lía a 
mazazos con la casa de madera, con un taladro gigante pulveriza la casa de cemento armado, y con un arsenal de dinamita vuela por los aires la casa blindada de acero. Desesperados los Lobitos, sin saber ya qué usar para construirse una nueva casa más dura y resistente que las que ya han construido y así estar seguros, descubren que se habían equivocado de material. Prueban a construir una casa de flores, enclenque, sencilla, pero encantadora: una casa en la que da gusto vivir. Al llegar el Cochino Feroz, queda prendado de la belleza de la casa, el olor de las flores enternecen su corazón y se da cuenta de lo mal que se ha portado. Se esfuerza por que los Lobitos le perdonen, y todo acaba bien.

Aprovechando un día que mi alumno en cuestión faltó, leí el cuento y hablé seriamente con mi clase sobre este asunto. Todos nos estábamos equivocando de material con él, y teníamos que ayudarle a salir del bucle de negatividad en el que estaba. Debíamos construir la casa de flores: le teníamos que dar muuuuuchas oportunidades, perdonarle cuando fallara y pegara, no provocarle, dejarle jugar con nosotros y nunca jamás volver a decir que no le dejábamos estar con nosotros porque era un pegón. Yo tenía que hablar y trabajar mucho con él para que aprendiera a controlar su impulsividad, que aprendiera a ser un poco más reflexivo, a saber expresarse mejor y no intentar solucionarlo todo a golpes, pero ellos debían ayudarme.


Y mira tu por dónde, que funcionó. A partir de este cuento con el que todos nos sentimos delatados, empezamos un plan de acción con este alumno, y a día de hoy es una gozada verle jugar en los patios, porque juega de verdad. A veces a peleas o luchas, a veces a ser el bueno, otras veces a ser el malo, pero en los recreos casi no escucho su nombre y él se encuentra bastante mejor, porque en la asamblea de ayer me lo dijo. Y yo, me le como a besos.
Uuuufff.... objetivo conseguido.