miércoles, 31 de diciembre de 2014

Probando, probando...

La última entrada en este blog la escribí hace un año y medio.
En mi defensa sólo puedo decir que he estado metida en una espiral de actividad frenética de la que (creo) empiezo a asomar las cejas.
En este tiempo han sucedido cosas como comenzar a trabajar en un colegio de nueva apertura formando parte del equipo directivo, casarme y actualmente estar esperando mi primer hijo.

Pero recapitulemos un poco.
En los momentos de mayor actividad de publicación de este blog, yo ejercía como profesora sustituta en la etapa de Educación Infantil de un colegio en la zona norte de Madrid. O lo que es lo mismo: era el último mono en un colegio de la zona norte de Madrid. Pero, ojo, a mucha honra.
Mis súplicas fueron escuchadas e hice una entrevista para un colegio que abriría nuevo en la misma zona. Sin darme mucha cuenta, comencé a trabajar en este nuevo centro dirigiendo la etapa de Educación Infantil. Un poco fuerte, la verdad, teniendo en cuenta mi juventud y mi corta experiencia (en cuanto a tiempo). Pero las razones no vienen al caso, y el hecho es que nos lanzamos a abrir un colegio sin edificio y sin muchos medios.
Ese primer curso fue muy, muy duro. Sucedieron muchas cosas en muy poco tiempo, muchos cambios, las semanas se juntaban unas con otras y tantas veces tuve la sensación de estar corriendo detrás de los acontecimientos. Aprendí muchísimo, a veces de manera forzosa (según dice mi jefe con algo de pena).

Y es ahora, un año y tres meses después, cuando creo que tengo la calma y la perspectiva suficiente como para publicar mis reflexiones (que de eso va este blog). Y allá va una de ellas.
Durante este tiempo he aprendido que un colegio es fundamentalmente relaciones humanas y comunicación. Veamos: 
De arriba a abajo: de dirección al profesorado, del profesorado al alumnado. 
De abajo a arriba: del profesorado a dirección, del alumnado al profesorado. 
De manera horizontal: entre los integrantes del equipo directivo, dentro de cada equipo de profesores, entre los distintos equipos de profesores, entre los alumnos. 
De dentro hacia afuera: del colegio a las familias. 
De fuera hacia dentro: de las familias al colegio. 
Y externamente: entre las distintas familias. 

Hablando en términos materiales, nuestro elemento de trabajo son los niños, que son personas, y sus familias, que son personas también. Nuestro objetivo es que esas personas aprendan, crezcan, avancen y mejoren por medio de nuestra intervención. Nuestro producto, dicho aprendizaje

El éxito es difícil de medir. Por un lado tenemos las pruebas académicas externas. Sí, existe el sentimiento romántico de poder cambiar la sociedad haciendo que nuestros alumnos sean majos, buena gente y felices, pero como colegio debemos asegurar que consiguen los mejores resultados académicos que puedan alcanzar.
Por otro lado, tenemos las encuestas anónimas de satisfacción que pasamos al finalizar el curso a todas las familias de nuestros alumnos (tremendamente esperadas por el director y temidas por el resto del equipo), en las que los padres y madres del colegio nos ponen nota. 
Y por último, tenemos el número de nuevas matriculaciones cada curso que comienza. Se supone que la mejor publicidad de un colegio la hacen los padres de los alumnos de ese colegio, por medio del "boca a boca". Así, si los niños están contentos, los padres están contentos y hablan con otros padres, que traen a sus hijos al colegio. Pero este dato es bastante impreciso a la hora de determinar el éxito o no de un colegio, pues depende del número de niños que haya en la zona (la oferta y la demanda), depende de lo buen vendedor que sea el encargado de atender a las familias que vienen a pedir información sobre el colegio, y depende, claro está, del tipo de colegio que sea y cómo se trabaja (si ofrece un producto de interés). Por ello, el hecho de que un colegio esté lleno no siempre significa que sea un buen colegio, aunque muchas veces sí. Lo que sí es bastante determinante es que un colegio se mantenga lleno, año tras año, con la que está cayendo demográficamente.

Viendo todo este bollo, la conclusión a la que quiero llegar es que, para que un colegio funcione y funcione bien, para que los niños estén felices en el colegio y aprendan, para que los profesores estén contentos en su puesto de trabajo y se esfuercen en sacar lo mejor de sí mismos y de sus alumnos, para que los padres se alegren de haber elegido ese colegio para sus hijos y se impliquen en la vida del centro, y mantener el colegio lleno a pesar de la crisis y del 1,3 hijos por mujer en Españaes imprescindible que el equipo directivo sea un equipo muy humano
Es importante que sepa de números, de dineros, de haberes y deberes, de venta de producto y tenga visión de empresa. También es importante que sepa manejársela con la Administración Pública, esté al día en leyes y decretos de educación y tenga mano para tratar a la Inspección. Pero si un colegio es fundamentalmente relaciones humanas, el equipo directivo debe estar integrado por personas que sean muy humanas: que sepan relacionarse, que tengan auctoritas en su equipo de profesores (y no tanto potestas, que es lo fácil de alcanzar), con mucha inteligencia emocional, capacidad de comprensión, que sepa cuándo apretar y cuándo aflojar, que tenga un gran conocimiento del ser humano y un gran conocimiento de uno mismo. Y lo fundamental: que quiera a su equipo. Que haga un gran esfuerzo por conocer a su gente, por hacer equipo y por querer a su equipo.
Aunque sea una perogrullada, lo triste es que si estoy escribiendo sobre ello es porque al subir un escaloncito y ver las cosas desde una perspectiva distinta de la que tenía hace año y medio, he descubierto que hay colegios en los que el equipo directivo es muy poco humano. Y aparentemente la cosa funciona, incluso puede funcionar de verdad por un tiempo por la ilusión del profesorado, pero con el tiempo, el desgaste, el cansancio, los desencuentros... deja de ser así. 

Con este post, pongo la lupa en mí misma, pues en este tiempo de vacaciones, con una montaña rusa hormonal en mi interior, coincidiendo con el fin de año y su inevitable hacer balance, hay una pregunta que me ronda: "¿Estoy siendo lo suficientemente humana?" y como toda madre (aunque sea en potencia), hay otra: "¿Lo estaré haciendo bien?".